Un Viaje Alucinante – III

Tercera Parte

Ligeramente aturdido El Principito cayó de bruces en una planicie anaranjada. Su capa aterciopelada se había cubierto de una gruesa espesura de polvareda galáctica. Rápidamente abrió su manita y el zafiro de su amigo el Rey seguía estando allí. Sus relucientes destellos le transportaron al planeta Nibiru y a su Rey, a los hombrecillos grises y metálicos y las lluvias de piedras preciosa.

La atmósfera era densa y caliente como un volcán. El Principito se incorporó y su horizonte era tan compacto que no era posible divisar nada en absoluto. Todo a su alrededor era pesante y polvoriento. De repente la arenosa tierra se empezó a resquebrajar separándose en pequeñas islas de pequeños desiertos color ámbar.

Un aterrorizado Principito vio como su cuerpo zozobraba hasta descender por las pequeñas colinas agrietadas. En unos instantes un gigantesco túnel volcánico había catapultado al Principito hasta un núcleo donde se percibía un leve murmullo. Parecía una cueva donde el naranja se había transformado en oscuridad y la tierra ya no era tan arenosa como en el exterior.

Una rendija de luz a lo alto del túnel iluminaba de manera tenue toda la estancia.

– ¿Estaré soñando…? –se preguntó el Principito perturbado.

– ¿Alguien puede escucharme? …insistió con un hilo de voz…

El murmullo parecía extenderse y avanzar hasta donde se encontraba el Principito que de repente tuvo la sensación de que algún ser humano o animal estaba acechando desde algún punto.

-No temas pequeño príncipe…siempre te estoy vigilando, ya lo sabes…-se escuchó una voz a lo lejos.

– ¿Eres tú músico misterioso? ¿Dónde estás ahora? –preguntó el Principito aturdido.

-Acércate a la luz y podrás verme pequeño príncipe…-repitió la voz.

El Principito caminó lentamente hasta contemplar como el Flautista de Hamelin descendía del túnel con su abrigo de colores y su flauta entre las manos.

Tras una reverencia el Flautista sonrió quitándose el sombrero.

El Principito no daba crédito a lo que sus ojos estaban contemplando y se echó a llorar. Por primera vez desde su partida del asteroide B612 se sentía tan asustado que no estaba seguro de querer continuar su travesía en busca de un amigo.

Sin poder reprimirse avanzó tras el Flautista con el semblante triste. No era posible encontrar a ningún amigo en aquel recóndito lugar.

A pesar de la dulce tonada el murmullo continuaba extendiéndose cada vez más. Era como si una cavidad húmeda estuviera aproximándose hacia allí.

La música del Flautista le iba alejando hacia algún lugar incierto, pero de súbito se detuvo. El Principito tuvo fuerzas para detenerse un instante y girar su rostro cansado.

-No…no estoy soñando…y algún día mi amiga de pétalos centelleantes sonreirá escuchando mi relato –susurró El Principito ante un gigantesco perro de tres cabezas.

– ¡Músico misterioso, músico misteriosoo!… ¿por qué te detienes ahora…? … ¡Ayúdame a escapar! –gritó el Principito asustado.

La bestia “perro” tenía la mirada fija en el Principito. Su aliento y su saliva desprendían un olor mugriento y su cola era una larga serpiente que se elevaba hacia sus tres cabezas serpenteándolas en todas direcciones.

La bestia inmensa mostraba sus fauces con hostilidad e ira mientras sus tres cabezas ladraban con una fiereza desatada.

– ¡Creía que me ayudarías…! -imploraba el Principito hacia el Flautista de Hamelin.

-Tienes que ser valiente pequeño Príncipe…tan sólo sigue mi música y la bestia desaparecerá.

– ¿Y por qué debería hacerte caso? …-respondió el Principito petrificado ante la feroz bestia… ¡Respóndeme músico misterioso! –dijo de nuevo el Principito.

Sin obtener respuesta el Principito recordó su asteroide B612 y toda la belleza que existía a su alrededor. Sus cráteres siderales y su amiga fiel de pétalos centelleantes le estarían esperando. Los baobabs de hojas extrañas crecían libres y radiantes por sus cuidados. Desde su partida una máxima había reinado en su corazón, y era no temer nada ni a nadie ofreciendo su buen corazón.

Sin titubear un instante el Principito se aproximó lentamente hacia la bestia perro. Una gran llamarada explosionó de sus fauces haciendo temblar su ínfimo cuerpo.

– ¡Nooooo…no me ataques…no he venido a hacerte ningún daño bestia perro…y gracias a tus rugidos me has limpiado todo el polvo de mi capa de terciopelo! -exclamó el Principito con nerviosismo.

– ¿Quién eres niño dorado? –preguntaron al unísono las tres cabezas de la bestia perro.

-Soy el Principito…vengo del asteroide B612 y voy en busca de un amigo.

– ¿Y por qué eres tan fiero? –quiso saber el Principito.

-Vivo perpetuo en esta cueva maldita y no puedo escapar, niño dorado… Hace millones de años en el planeta Cerberus, vivíamos seres mitológicos y con poderes extraordinarios. Existían manantiales y ríos donde ahora hay sólo áridas llanuras…titanes, cíclopes y gigantes hacían de este lugar el más bello del universo…hasta que llegaron una raza de despiadados dioses que quisieron gobernar nuestro planeta desde mi trono de serpientes. Una maldición transformó a mis amigos en sombras errantes hasta el fin de los días. –relató el bestia perro con sus tres cabezas abatidas.

– ¿En…entonces tú eras el Rey de este planeta, bestia perro? –quiso saber el Principito completamente absorto en la historia de su interlocutor.

-Yo gobernaba todo el planeta desde mi trono, niño dorado…y ahora tan sólo veo una pequeña luz desde esta oscuridad hasta el fin de los tiempos…-añadió el bestia perro.

– ¡Quizás pueda hacer algo por ti…aguarda un instante! –exclamó de súbito el Principito.

– ¿Dónde te escondes músico misterioso? ¡Ven hacia donde me encuentro…! -gritó el Principito tan fuerte como pudo.

Solamente el eco de su voz retumbó en toda la cueva sin oírse nada en absoluto.

– ¿Qué ocurre niño dorado? –preguntó la bestia perro.

De súbito la música del Flautista se escuchó entre las sombras y la gigantesca bestia desató un sonoro rugido con sus patas delanteras en garra.

-No te asustes bestia perro…es sólo música…él viene conmigo. –dijo el Principito con voz tranquilizadora.

La cola en forma de serpiente se había elevado por encima de sus tres cabezas con su lengua bífida inquietando a el Principito.

-Te advertí que siguieras mi música, pero no obedeciste…ahora ese monstruo ya no existiría, pequeño príncipe…-se escuchó la voz del Flautista de Hamelin.

– ¿Qué quieres de mi ahora? –añadió el Flautista apareciendo de repente con sus ropas de colores.

-Tu música nos podría arrastrar hacia el exterior y así poder ser liberados…hazlo por nosotros músico misterioso -suplicó el Principito.

-Está bien pequeño príncipe…voy a regalarte una de mis melodías. Mis acordes os servirán para ser liberados –asintió el Flautista.

-Niño dorado…acércate a mis cabezas y sube a mi lomo…tendré el honor de transportar a un verdadero príncipe en nuestro viaje por el planeta Cerberus. –exclamó la bestia perro con un rugido de satisfacción.

El Flautista de Hamelin hizo sonar su flauta provocando que la leve rendija se abriera por completo. Los brillantes reflejos anaranjados de la lejanía iban acercando a la bestia perro y al Principito hacia el mundo del ocaso en un planeta de terciopelo.

Las lágrimas rodaron de nuevo por el pálido rostro del Principito, pero esta vez eran de felicidad. A lomos de aquella criatura mitológica todo parecía sobrenatural y prodigioso, cabalgar por las llanuras rocosas contemplando las constelaciones del universo era más de lo que nunca podía haber imaginado.

Por fin llegaron a un montículo y la bestia perro se detuvo. Desde el lugar se podía contemplar toda la bóveda cósmica como un paraíso. Andrómeda, Orión y todas las constelaciones brillaban con todo su esplendor y el Principito creyó no poder ver nada más maravilloso.

-Este era mi reino, príncipe dorado –dijo la bestia perro contemplando el horizonte.

-Y recuerdo que en aquel estanque abandonado los centauros bebían aguas cristalinas que les alargaban la vida…todo antes de la maldición.

-Quiero que me recuerdes siempre príncipe dorado. Me has salvado la vida y quiero que viajes a tu planeta con mi estrella favorita, la más rutilante del firmamento…Casiopea. Con tu valentía has iluminado este planeta muerto.

Mi fiel compañera la serpiente alcanzará con su cuerpo a Casiopea y será tuya. –añadió la bestia perro.

En lo alto del montículo el Principito y el Rey bestia perro divisaron por última vez los cometas y el cielo galáctico, la nube azul de galaxias en espiral y trillones de pequeñas nubes intergalácticas. La constelación de Casiopea fue lentamente descabalgando del cosmos para acabar en las manos del Principito como un resplandeciente tesoro.

En su regreso al asteroide B612 con el corazón lleno de recuerdos, el zafiro de su amigo el Rey del planeta Nibiru y la más bella de todas las constelaciones…Casiopea.

-No sé si todo eso podrá ser posible amigo mío…-se escuchó la voz del flautista de Hamelin.

El Principito d escendió del lomo del bestia perro para ver que ocurría.

-¿Músico misterioso?…No…no entiendo tus palabras… –quiso saber el Principito algo inquieto.

Entre la densa bruma anaranjada apareció la silueta del flautista haciendo una reverencia. Lentamente y con una inquietante sonrisa fue aproximándose al bestia perro arrastrando a la serpiente con su música. Poco a poco las tres cabezas de la criatura gigante iban siendo enroscadas por la culebra para acabar sepultado en la cueva instantes después.

El Principito cerró la mano con fuerza atrapando su estrella Casiopea junto con el zafiro de su amigo el Rey. Sin apenas tiempo para reaccionar debía rápidamente abandonar el anaranjado planeta Cerberus hacia el tercero de los planetas y así completar su travesía cósmica.

No le importaban las caracolas de notas estrelladas…el Principito se precipitó hacia el abismo sideral con su zafiro y Casiopea como únicos compañeros de viaje.

(Fin de la tercera parte)