Un Viaje Alucinante – II

Segunda Parte

-¡Ufff….ya he llegado me parece! –exclamó el Principito sentado en el suelo planetario.

Ligeramente aturdido el Principito miró a su alrededor y el paisaje ya no era árido y desértico, sino que el gris reinaba por todas partes con restos de hidrógeno metálico y sedimentos de hierro. Hacía frio y el Principito tiritó para arroparse con su capa parte de su diminuta cabeza. De repente se acordó del músico misterioso. ¿Dónde se encontraría?…se preguntó.

-A menos de diez leguas me encuentro pequeño príncipe…-se oyó la voz respondiéndole.

-¡Músico!…¿Dónde estás? – preguntó el principito incorporándose.

La música volvió a sus oídos y unos pasos se acercaron tras él.

El Principito podía sentir su presencia por fin… había adivinado su pensamiento de nuevo y tenía tanta curiosidad en conocerle que quizás este iba a ser uno de los momentos más importantes de su viaje.

De entre las rocas y silicatos planetarios apareció un ser vestido con un abrigo de colores brillantes y sombrero adornado con una pluma. Se aproximaba lentamente hacia el principito como si danzara y sosteniendo una flauta entre sus manos.

El Principito permanecía estupefacto y retrocedió ligeramente sin poder articular palabra.

-Willkommen Prinz ! – Exclamó el músico haciendo una reverencia.

-Por fin nos conocemos…Soy el Flautista de Hamelin y estaré contigo en esta travesía pequeño príncipe.-declaró por fin el personaje.

-He…he abandonado mi asteroide B612 para ver el mundo y tener un amigo…¿eres tú ese amigo? –exclamó el principito.

El extraño ser se acercó de puntillas al principito con una sonrisa inquietante.

-No puedo responderte pequeño príncipe…eso lo tendrás que descubrir…¿ y si mientras bailamos al son de la música?

-No sé bailar ni cantar…sólo soy príncipe –respondió avergonzado el principito.

Por un momento el Principito pareció pensativo. El músico misterioso no podía ser su amigo…ya habría finalizado su travesía hasta la Tierra, por lo que era del todo imposible.

-Sigue mi música pequeño príncipe y no te aturdas con pensamientos. Dónde estará ese amigooo dónde… -canturreaba El Flautista danzando.

El Principito observaba a su interlocutor pasmado. Le gustaba su música y hablaba con palabras que parecían adivinanzas, era del todo sorprendente…pero no estaba seguro de que fuera él su verdadero amigo.

El Principito pensó que bailar sería una magnífica forma de combatir el frío astral. Siguiendo la dulce melodía del Flautista danzaron entre rocas y pedazos de meteoritos diseminados por el suelo planetario.

Pensó en lo diferente que era de su asteroide querido, la desolación tan absoluta que se contemplaba en el horizonte y sobre todo que no hubiera ningún amigo de pétalos centelleantes a quien cuidar.

Después de varias leguas de recorrido El Principito se sentía cansado. El Flautista detuvo su música y al cabo de unos instantes se escucharon unos trompetas en la lejanía como anunciando alguna cosa muy importante.

El Principito y El Flautista permanecieron inmóviles hasta que un séquito de hombrecillos grises y metálicos aparecieron soportando un gran trono de rey. Sobre el trono lucía majestuoso un ser de aspecto imponente con una gran barba.

-El Principito se acercó sin dudar ante su presencia mientras El Flautista seguía tocando su música hechizante.

-Soy el Rey de este planeta y tú serás mi invitado. Te mostraré a Prometeo y a Calipso…los anillos más fascinantes de Saturno, pequeño Príncipe.

-¿Sabes quién soy distinguido Rey? –exclamó El Principito observándole con curiosidad.

El Rey desató una sonora risotada….-Por supuesto pequeño Príncipe…tu destino está escrito en las estrellas y el firmamento nos explica muchas cosas…-respondió el Rey desde su trono.

Los hombrecillos grises y metálicos ayudaron a deslizar al Rey por unas escalinatas de piedras preciosas. Todo era lujoso y reluciente, y el

Principito se mostró halagado por tan buen recibimiento.

El Rey mostró el Planeta HTP7b o llamado Nibiru a su ilustre invitado, pasearon entre las dunas grisáceas y observaron las constelaciones de las estrellas. El Principito escuchó con atención cómo cada noche se producía la lluvia más extraordinaria que se podía presenciar…el Rey era tan y tan sumamente rico que llovían piedras preciosas desde más allá de las nebulosas con rubíes y zafiros extinguiéndose en el firmamento.

Pasaron los días y las noches y el Rey quiso obsequiar a su Príncipe con la más suculenta fiesta de despedida. Las trompetas sonaron de nuevo y los hombrecillos grises y metálicos se sucedían con manjares y frutos silvestres. El Principito no podía sentirse más feliz. Nunca nadie le había mostrado su afecto y amabilidad y quiso que el Rey viajara con él a su asteroide B612 y mostrarle sus baobabs y cráteres siderales…le habló también de su única amiga de pétalos centelleantes que con devoción guardaba en su urna de cristal. El Rey y El Principito lloraron de emoción por su partida.

-Voy a hacerte entrega del zafiro más valioso de todos Pequeño Príncipe…guárdalo y me recordarás toda la vida. –dijo el Rey con lágrimas en los ojos.

-Así lo haré mi Rey. -respondió El Principito.

Los hombrecillos grises y metálicos servían jugosos zumos espumeantes y brindaron con El Principito y El Rey como una gran fiesta.

De súbito una melodía se escuchó desde la lejanía y todo se hizo silencio.

– ¿Músico misterioso? … ¿Eres tú? …-Preguntó El Principito mirando el horizonte.

Las notas se aproximaban al lugar del festejo y entre una gran nube de lava apareció El Flautista de Hamelin interpretando una dulce canción.

Todos escucharon boquiabiertos al personaje que había aparecido de la nada. Sin más los hombrecillos grises y metálicos y El Rey fueron alejándose del lugar tras la música hasta desaparecer completamente entre la lluvia de rubíes y zafiros para no verse nunca más.

El Principito corrió hasta la cornisa del firmamento donde El Rey y los hombrecillos grises y metálicos se deslizaron hacia el abismo más allá del Planeta Nibiru. Unas lágrimas recorrieron sus mejillas contemplando como su nuevo amigo se alejaba hasta perderlo por completo.

-No llores pequeño príncipe…ellos no eran verdaderos amigos… ¿Has visto las riquezas de sus trajes? … ¡Querían arrebatarte tu capa y zapatos de terciopelo para ser aún más ricos…! –exclamó El Flautista de Hamelin detrás del Principito.

Ahora tu viaje intergaláctico prosigue pequeño príncipe… ¿recuerdas cuando cruzaste el firmamento bailando entre las notas de mi música? –dijo El Flautista sonriendo.

– ¡No te creo músico misterioso! Eran buenos y amables conmigo…y ahora ya no están…-dijo afligido El Principito secándose las lágrimas.

¿Y por qué sonríes siempre? …-quiso saber El Principito.

El Flautista de Hamelin se acercó hasta el limítrofe borde astral y de una zancada se elevó por los aires hasta alcanzar el segundo de los planetas que se avistaba en el confín.

El Principito sintió por primera vez en su vida como su corazón se había estremecido de tristeza y desconcierto. Alzó la mirada y de nuevo las caracolas de notas estrelladas se acercaban hacia él con música melodiosa. Una fuerza irrefrenable le arrastraba hasta el abismo y no podía dar un paso atrás.

El Principito giró su rostro y contempló las copas llenas de ricos brebajes, las trompetas de los hombrecillos grises y metálicos esparcidas por el suelo gravitar y el trono de su amigo el Rey sin nadie en la lujosa butaca. Con el alma afligida contempló el zafiro que su amigo le había regalado y cerrando bien la palma de su mano saltó de nuevo hacia el segundo de sus planetas con los ojos trémulos por el llanto… su amiga de pétalos centelleantes le escucharía con ternura cuantas aventuras estaba viviendo en su travesía intergaláctica.

Las piruetas y cosquillas entre notas musicales habían sido divertidas otra vez y un algodonoso manto cósmico había hecho de trampolín hasta el segundo de los planetas.

(Fin de la segunda parte)