Almas de noviembre

El mundo de Nathifa parece infinito tras los cristales empañados de la sala. Su mirada se pierde con frecuencia en el horizonte añil y verdoso de las montañas, en los cerros que acompañan inmóviles el tiempo pasar…impertérritos y majestuosos, solemnes…con su inaccesible cercanía que juega maliciosamente la mirada traviesa y soñadora.

Una suave brisa acaricia las mejillas de Nathifa y le recuerda el final del verano, la vuelta a la escuela ya llegó y los colores que inundan su mirada se tiñen ya de pálidos ocres.

Todo era un poquito más triste desde hacía algunos días, y desde su ventana favorita puede contemplar ese paisaje difuminado que envolvía el sol en bruma mortecina de finales de Octubre.

De repente, las voces de la abuela la despertaron de sus ensoñaciones.

-¡Nathifa..Nathifa…estás ahí como siempre hijita!- exclamó la abuela con un agudo chasquido de dedos.

La oronda figura de la Sra Garibaldi se movía con impaciencia por el minúsculo comedor de aquí para allá…siempre ajetreada, siempre afanada en sus quehaceres y desoyendo los rayos de luz que más allá de las montañas que Nathifa ansía descubrir.

Nathifa se dispuso a ayudar a su abuela cuando el sonido de la puerta le recordó que el abuelo había llegado.

Nathifa corrió a recibirle abrazándole de emoción. No le veía desde muy temprano y ya añoraba su presencia, su cálida bienvenida y sus bromas.

Nathifa era huérfana, pero no se sentía desgraciada ni sola. Recibía mucho amor de sus abuelos, tenía a sus amigos y sentía a sus papás cerca de ella a cada instante, sobretodo en los felices y dichosos… como si juntos lo estuvieran celebrando y se alegraran de que su vida continuara ofreciéndole cosas maravillosas.

El Sr Garibaldi se sacudió las diminutas hojas de sus hombros y colgó la vieja chaqueta en el perchero de la entrada.

-¿Qué ocurre abuelo?- preguntó Nathifa observándole con atención.

Hoy su semblante parecía demacrado y algo cansado, pero su sonrisa era transparente como lo era siempre… con ganas de abrazar a Nathifa y a la abuela y sentirse en el hogar otra vez.

-Nada hijita…he trabajado duro hoy en la siembra…mi cuerpo necesita sólo descansar.

La noche avanzaba en el lugar, y las recónditas cordilleras de Nathifa eran ya un sombrío horizonte cegador. El leve tintineo de los cristales indicaba que el viento se había acercado a la aldea y arremolinaban muchos y polvorientos secretos, leyendas y cuentos de miedo.

Nathifa adoraba la medianoche y su inquietante atmósfera de sigilo y misterio. Era como una comunión con el silencio y el más allá.

Ahora no había escuela ni juegos, no había recreo y no había voces, sino todo lo contrario, y los abuelos Garibaldi envolvían a Nathifa en su humilde morada con abrazos de regaliz a la orilla del fuego de madrugada, olor a camelias y leyendas de patrias lejanas que acunaban a Nathifa hasta alcanzar el sueño más profundo. Como decía el abuelo…esas noches servían para lo más importante: compartir las almas.

El dia se despertó encapotado y fresco en el lugar, y el olor a café recién hecho inundaba toda la casa. Nathifa se desperezó contenta por el nuevo día cuando le pareció oir voces extrañas. Saltó de su cama y se cubrió con un viejo poncho de colores, se ordenó los cabellos y caminó de puntillas hacia la puerta entreabierta de su habitación.

El tiempo se detuvo mientras la cafetera derramaba borbotones de suspiros y sus pies descalzos tiritaban llenos de lágrimas.

Los días pasaron sin que Nathifa sintiera ser de este mundo. La abuela Garibaldi lloraba y sonreía a partes iguales contemplando a su nieta con suma tristeza. Un día, le mostraba su primer regalo de novios de juventud y las cartas que se enviaban, y otros prefería permanecer en silencio abrazada a la almohada.

La vida le había arrebatado otro ser querido que se esfumó sin despedirse, sin guiñar un ojo…sin nada; cruda y desnuda como las flores que mortecinas iban marchitándose en el jardín.

Desde su ventana favorita, Nathifa recorre con la mirada el camino que cada día hacía el abuelo para ir a trabajar. Recuerda perder su figura en la lejanía y como una bruma desaparecer hasta los albores del atardecer..recordaba también tantos paseos bajo las estrellas que ya no volverían y las leyendas y cuentos que les enredaban en misterios que se desvanecían a la orilla de la chimenea.

La abuela Garibaldi parecía hoy más triste que nunca. Los recuerdos se amontonaban por el estrecho pasillo sin poder contener las lágrimas.

Su corazón maltrecho se encogía tratando de sentir la respiración de su amado cerca de ella sin lograrlo, en recuperar la esperanza en días venideros.

Todos los cambalaches esparcidos por doquier le nublaban la mirada y el alma. Nathifa sintió el deseo de abrazar a su abuela como nunca lo había hecho antes…tratando de compartir las almas como el abuelo decía siempre.

Nathifa corrió a su lado tropezando con algunos objetos cuando su mirada de súbito distinguió un reluciente fulgor desconocido. Entre el desorden, la abuela Garibaldi no se había percatado de tan curioso y centelleante reflejo, lo cual Nathifa aprovechó hábilmente para lograr quedarse a solas de nuevo.

-Hijita….que va a ser de nosotras ahora…-susurraba la abuela Garibaldi recostando su cabeza sobre el hombro de Nathifa mientras caminaban hacia el comedor.

-Yo cuidaré de ti abuela, confía en mí –contestó Nathifa con voz protectora llevándola de su brazo.

-El abuelo está con nosotras…lo presiento y lo sé –añadió Nathifa con determinación.

La abuela Garibaldi se mecía acompasadamente en su mecedora con la mirada perdida hacia la nada, suspirando de vez en cuando pero ya calmada y serena.

Nathifa le dió un último abrazo y corrió hacia los cambalaches diseminados por el pasillo en busca de ese reflejo misterioso que no cesaba de intrigarla.

En un momento dado, sus pupilas se detuvieron y la tenue luz de sol que entraba por las ventanas se volvió mortecina y polvorienta. Cuanto más observaba el centelleante reflejo metálico, el cielo se tornaba más y más sombrío. Nathifa permaneció inmóvil unos instantes sin atreverse casi a respirar cuando los porticones de las ventanas empezaron a golpear los cristales con un estruendo insoportable.

Nathifa se abalanzó sin miedo sobre el reflejo misterioso descubriendo ante su estupefacción una máscara de latón que emanaba una potente luz cegadora.

De súbito, los gritos de la abuela Garibaldi despertaron a Nathifa de su encantamiento…

-¡ Niña…hijita!…¿Qué ha sido eso? –voceó la abuela aturdida.

Nathifa escondió veloz la máscara entre los pliegues de su poncho y fue a besar a su abuela.

-No ha sido nada abuela…he tropezado con lo que había por el suelo y ha resonado por toda la casa…-la tranquilizó Nathifa meciéndola ligeramente.

El atardecer y sus constelaciones anaranjadas aparecieron de nuevo entre las rendijas de las ventanas como por arte de magia. Nathifa quiso volver a su lugar favorito y despedirse de sus montañas hasta el día siguiente. Entre sus manos pequeñas y temblorosas Nathifa agarró con fuerza esa máscara tan extraña y brillante.

Debía ser del abuelo…y si la tenía con ella ahora, de alguna manera le sentiría a él también…Buenas noches abuelo, hasta mañana –susurró Nathifa contemplando las estrellas.

Al día siguiente, las voces de sus amigos merodeando la casa desperezaron a Nathifa de su profundo sueño. Ocurría a menudo que los días de descanso Nathifa se encontraba con ellos por el jardín y se disponían a corretear juntos hasta el mediodía. Nathifa puso sus piececitos en el suelo y se incorporó para abrir los porticones. El sol era espléndido pero Octubre

tocaba a su fin y un escalofrío estremeció su piel todavía tibia. Nathifa se frotó sus ojos adormilados y sonrió a sus amigos.

Les quería tanto que necesitaba abrazarlos sin motivo, reir a su lado e invitarles a merendar muchas tardes. Todo era una fiesta eterna con ellos. Era…compartir las almas como siempre le recordaba el abuelo.

Nathifa se recostó de nuevo sobre la cama pensativa… tenía consigo esa máscara bajo la almohada como si se tratase de un tesoro inca. Enigmática y completamente desconocida para ella le emanaba una extraña sensación de paz y tormento a la vez.

Nathifa tocó suavemente la superficie con los ojos cerrados sin descubrirla todavía…parecía grabada con signos extraños por su relieve, y ya su fulgurante reflejo parecía querer explotar bajo las sábanas.

Nathifa abrió lentamente sus ojos acariciando la máscara entre sus manos cuando los árboles y las hojas del jardín empezaron a hacer remolinos bajo unas nubes amenazantes…los porticones de las ventanas se abrían y cerraban en perfecta simbiosis con la mirada de Nathifa que no cesaba en contemplar las hendiduras de los oscuros ojos de la máscara, mientras que sus amigos se maravillaban entre alboroto y desconcierto…

-¡Nathifa, Nathifa…ven..ven con nosotros, el cielo se ha vuelto loco! –gritaban sus amigos exultantes.

El camino hacia las montañas se había llenado de piedras y hojarasca y apenas se divisaba su senda en el horizonte. La repentina ráfaga fue amainando entre tenues rayos de luz y los albores de Noviembre que ofrecían un lóbrego paisaje de Otoño. Nathifa había decidido correr con sus amigos para compartir con ellos su descubrimiento y su secreto.

Con su poncho y sus sandalias no necesitaba de más para com partir su alma.

-¡Abuela…no tengo tiempo de desayunar..! –gritaba Nathifa por el pasillo.

-¡Recuerda que te quiero! –se despidió Nathifa sonriendo.

Nathifa cerró la puerta y se detuvo a embriagarse de vida. La naturaleza desprendía tantas fragancias juntas que era un regalo para los sentidos…volvía el sosiego y el silencio, la calma de los árboles y las nubes que insistían en coronar el cielo de algodones caprichosos.

Con su máscara bajo las ropas, Nathifa se encaminó hacia la desembocadura del río donde siempre se encontraba con sus amigos…necesitaba enjuagar sus lágrimas junto a ellos y reir de verdad.

Aquel lugar era el elegido. El principio y el final, la vida y la muerte se encontraban por primera y última vez antes de con vertirse en mar y morir mar para siempre.

Noviembre era bonito y triste a la vez, el día de los muertos se celebraba con dicha y recogimiento entre las gentes, con festejos y canciones para invocar sus almas y su recuerdo. Nathifa celebraría la eternidad del abuelo Garibaldi contemplando el río con sus amigos y probablemente sería feliz…la casualidad quiso que su alma partiera casi en los días más bonitos y tristes del mundo…Noviembre.

Los ojos de los niños centellearon de emoción al ver a Nathifa. Les esperaba un dia feliz y espléndido juntos, sin obligaciones ni aburridas clases en la escuela. Hoy se había decidido el mejor plan del mundo…corretear por la ribera del río cazando ranas para acabar en silencio contemplando cómo se ponía el sol…pero quizás el destino les aguardaba alguna inesperada ventisca. Poco tardó Nathifa en descubrir el interior de su poncho de colores ante las maravilladas expresiones de sus amigos.

-¿De dónde ha salido? ¿Cómo lo has encontrado? ¿De quién es?

¿Es valioso?…y una larga retahíla de preguntas se sucedían insistentemente con muchísima curiosidad.

El caudal del río se fue haciendo cada vez más bravo mientras los niños contemplaban anonadados los deslumbrantes destellos de aquella enigmática máscara. Sus manitas se deslizaban por cada ángulo y cada relieve de la superficie siguiendo las lineas de los cuencos de los ojos y de su imponente nariz hasta llegar a unas letras grabadas en una correa de cuero a modo de cordaje.

Los niños empezaron a sentir frío por el vendaval que se estaba levantando y las nubes amenazaban tormenta. Nathifa entendía que era lo que sucedía sin entenderlo realmente, mientras que sus amigos seguían rodeando la máscara completamente fascinados. El viento ululaba cada vez más fuerte cuando Nathifa sujetó fuertemente los extremos para poder leer la inscripción que había en la correa. Junto a ella, todos se acercaron boquiabiertos para contemplar esas palabras tan extrañas..

“RONIN NA H-ANAMAN´´

¿Qué significaba eso? ¿En qué lengua estaba escrito?…Se preguntaban los niños todavía incrédulos por el hallazgo.

En tanto, el viento arreciaba acompañado del ruido estremecido de unos relámpagos terroríficos y el río empezó a perder su corriente desbocándose entre los desfiladeros colindantes.

Nathifa decidió colocar rápidamente la máscara bajo su poncho mientras miraba a sus amigos con complicidad.

-Ahora la ventisca amainará –exclamó Nathifa con voz protectora.

De súbito, el caudal del río volvió a disminuir y las flores volvieron a los prados como de costumbre… se oían las nutrias y las ranas bordear sus enfangadas riberas y el cielo se tornó azul diáfano como un paraíso.

Sólo el olor a tierra mojada era testigo de lo que había ocurrido tan sólo hacía unos instantes.

Los niños no salían de su asombro por aquella especie de milagro que no llegaban a entender.

¿Cómo era posible que Nathifa supiera el viaje que hacían las nubes y porqué ese tornado había aparecido de repente..?

Nathifa presentía que aquella máscara algo tenía que ver con su abuelo, y esas palabras también. Sin dudarlo más, el grupo de amigos corrió hacia las laderas buscando el sol…los caminos empedrados volvían a ser senderos sinuosos y ondulantes, con escondites y árboles milenarios que recibían al visitante con mágico hechizo.

Desde lo alto del promontorio se empezaban a ver las luces y guirnaldas para conmemorar el dia de todos los Santos, los candiles rojizos diseminados por todo el pueblo, en los tejados y en las arboledas…por los jardines y hasta en la iglesia, con esqueletos y calabazas que los niños colocaban en el umbral de sus hogares.

Sin mirar atrás, Nathifa y sus amigos prosiguieron su camino tras contemplar el magnífico escenario de sus calles y el deambular de la gente de aquí par allá… quizás la abuela Garibaldi estuviera entre ellos.

La quería mucho pero el recuerdo del abuelo no podía borrarlo de la memoria…compartir las almas…ahora más que nunca…

La espesura de bosque era cada vez más frondosa y opresiva. Nathifa se sentía algo cansada de proteger la máscara bajo su poncho todo el tiempo y sus piernas empezaban a flaquear.

Cuanto más se adentraban más desconocido les parecía todo… como si hubiesen tomado el camino equivocado o los montes hubieran esparcido millones de enrevesados caminos que no iban a ninguna parte…la inverosímil maleza no parecía tener fin y los niños se empezaron a sentir desorientados.

Nathifa sugirió sentarse en unas ramas de un gran árbol a descansar y cobrar fuerzas. Todos los demás la siguieron.

Los niños permanecían en silencio mirándose unos a otros mientras Nathifa abrazaba su poncho con fuerza. Debía volver a casa con su máscara sana y salva y ahora ella era su protectora.

Lejos quedaba el río y sus juegos, sus correteos y la puesta de sol que sus miradas compartían extasiados. Los caminos se habían enrevesado como telarañas y ya apenas se divisaba ningún rastro de civilización.

Un leve hilo de sincopada melodía susurraba desde la lejanía y sintieron deseos de estar allí otra vez.

Alina era la más pequeña del grupo y la más atrevida también.

Sus enormes ojos lo observaban todo con curiosidad y nada temía. De un respingo se levantó inquieta de la rama y empezó a brincar y a corretear entre la espesura cantando una vieja canción de Difuntos…

“Un día caminaba, un día caminaba muy triste por ahí,

Mi corazón gritaba ya no puedo vivir sin ti…Soy

hermano de las nubes, sólo se compartir con las almas

benditas…ay triste de mí..´´

La voz de Alina se fue alejando hasta dejarse de oir. Fue entonces cuando un grito agudo cayó como un relámpago en toda la colina estremeciendo a todos los niños de un sobresalto.

-¡Alina, Alina…! ¿Dónde estás?…¡Contesta!.. –gritaban sus amigos una y otra vez dispersándose para tratar de encontrarla.

Nathifa creyó oir un gemido justo detrás suyo. Sus ojos miraban de reojo a los lados pero podía oler la presencia de alguien tras ella.

Se anudó la capucha del poncho con determinación para girarse sin temor cuando se encontró a Alina de rodillas balbuceando sonidos confusos. Nathifa la abrazó tan impetuosamente que hizo resbalar la máscara de su frágil escondite.

De nuevo el estrépito se apoderó de la naturaleza sin razón aparente, los relámpagos se cruzaban como látigos de fuego y los árboles bramaban con vaivenes salvajes. Nathifa luchaba con todas sus fuerzas para coger la máscara que parecía huir en todas direcciones cuando Alina se incorporó y en un suspiro consiguió detenerla entre sus manos. La tierra pareció entonces encontrar la calma escuchándose de nuevo el silencio o algún chasquido entre las ramas… la frondosidad del bosque se llenó de luciérnagas que revoloteaban entre las flores y las charcas.

Alina la valiente había conseguido evitar que la máscara huyera pero su rostro parecía desencajado y asustado.

Nathifa la abrazó con fuerza tratando de consolarla. Las dos niñas permanecieron unos instantes inmóviles con la máscara entre sus manos con la respiración jadeante mientras llegaron el resto del grupo.

-¿Qué ha sido ese grito? ¿Qué ha ocurrido, Alina?- ¡Cuéntanoslo! –le preguntaban sus amigos todavía asustados.

Alina seguía balbuceando con el rostro convulso y pálido cuando de manera súbita se levantó sin poder contener el llanto.

Nathifa le recordó mirándole a los ojos que ella era Alina la Valiente y que debía confiar en sus amigos.

-Sa..sabéis que iba cantando…cantaba aquella melodía que nos enseñaron en la escuela..la melodía de Difuntos..cuando me aparté de vosotros distraída..y..¡Oh Dios! –musitó Alina con la cabeza entre las piernas.

-¿Y qué?…¿Qué ha ocurrido?…-preguntaron con impaciencia todos los demás.

-Ví..ví al Señor Garibaldi…¡le ví!…-dijo por fin Alina sollozando.

Nathifa oyó incrédula las palabras de Alina y su semblante palideció.

-No es posible que hayas visto al abuelo Garibaldi…¡no es posible!..

Murió hace dos días y fuimos a su entierro…¡Alina, escúchame!

-gritaba Nathifa algo temerosa por sus palabras.

-¿Y si vamos juntos a ver? ¿Y si nos acercamos sin miedo por donde paseaba Alina?..-sugirieron los demás.

Nathifa y Alina asintieron con las expresiones asustadas del que se dirige a mostrar el lugar del asesinato.

La oscuridad ya había llegado al bosque y sólo las luciérnagas y las estrellas guiaban los pasos de los niños. De pronto alguien de ellos empezó a cantar la vieja canción de Difuntos que tatareaban con mucha solemnidad por el pueblo…

“Un dìa caminaba, un día caminaba muy triste por ahí…

Mi corazón gritaba ya no puedo vivir sin ti…Soy hermano de las nubes, sólo se compartir…con las almas benditas…ay triste de mí…´´

Alina y Nathifa caminaban abrazadas serpenteando los pequeños senderos rocosos hasta llegar a un pequeño llano escarpado. El cielo ensombreció aún más de una tiniebla espesa y asfixiante y las estrellas se tiñeron de oscuridad. Parecía como si un gorgoteo constante se derramase de algún lugar y al poco se oyeron unas pisadas.

La sensación de ahogo y angustia de los niños era inexplicable con aquel gorgoteo que no cesaba en medio de la noche.

Inmóviles y paralizados, vieron una sombra que emergía de una pequeña colina, una sombra que se movía de manera vaga e indefinida, como dando tumbos.

Nathifa y sus amigos creían estar soñando y se frotaban los ojos paralizados de pavor, casi sin respirar y deseando que aquello sólo fue una pesadilla.

La sombra se fue acercando dando pisadas como si caminara entre la hojarasca. Fue entonces cuando un terror mortal sobrevino haciendo chillar a Nathifa y a sus amigos. La sombra se fue poco a poco transformando en una blanca capa moteada que se iba acercando para acabar delante de los niños con la apariencia del abuelo Garibaldi.

Allí estaba él… con sus lívidos labios que contrastaban con un extraño rubor en las mejillas y una mueca en la boca a modo de sonrisa.

Nathifa creyó desfallecer al ver a su abuelo sonriendo allí mismo, mientras Alina no dejaba de chillar que no había sido una alucinación.

Nathifa desató en llanto abrazada a sus amigos. No podía com prender aquel milagro que acababa de suceder.

El abuelo Garibaldi arrastraba sus pies lentamente hacia su nieta y alzó su brazo para secar sus lágrimas y sonreirla por última vez.

-No temáis nada..-habló con voz hueca y aterradora.

“ROINN NA H-ANAMAN´´

-Tienes algo que me pertenece Nathifa…sabía que vendríais… así me podré ir en paz –repitió con una voz todavía más siniestra.

Su rostro estaba ligeramente deformado y amarillento, y su hueca mirada se afligió al ver a Nathifa.

Todos se acordaron entonces de las misteriosas palabras en la máscara de Nathifa..¡ había pronunciado las mismas..!

Nathifa quiso dejar de llorar y abrazar a su abuelo pero las sombras su cuerpo eran etéreas e irreales, como si se tratara de un espectro con apariencia humana.

Otra vez el abuelo Garibaldi volvió a repetir con voz ingrávida:

“ROINN NA H-ANAMAN´´

Nathifa sujetó la máscara bajo su poncho mientras el abuelo Garibaldi se la recogía acariciando sus manos. Sus ojos huecos empezaron a derramar lágrimas que se evaporaban al instante. Nada sucedió entonces y el bosque dormía en silencio.

El abuelo Garibaldi se colocó la máscara en su rostro espectral mientras esbozaba una triste sonrisa para desaparecer por siempre jamás.

Su capa moteada se evaporó en unos polvos de bronce que la brisa de la noche esparció entre las hojas de los árboles…

Nathifa alargó sus manos pero ya nada existía en aquel lugar, tan sólo una locura bella y extraña, un sueño delirante.

El gorgoteo húmedo cesó y las estrellas volvieron a brillar en la negrura de un cielo maravilloso. Los niños se alejaron del lugar con paso cansado y en silencio…prometieron no explicar nunca lo sucedido aquella noche y llevar por siempre el recuerdo del abuelo Garibaldi en su corazón.

El grupo de niños se acercaba a la aldea y todo eran festejos y fiesta. Los candiles rojizos iluminaban los hogares con calabazas y había músicos que recitaban poemas antiguos con guitarras y cítaras, mientras que algunas mujeres bailaban con máscaras y rostros teñidos de blanco.

Los amigos de Nathifa se marcharon pero ella quiso permanecer ahí durante un rato más…sola y contemplando aquellas enigmáticas danzas que nunca había visto.

Los movimientos hipnotizantes eran una oda a la vida y a la muerte…el enigma de los enigmas expresado con alegría y dolor al mismo tiempo.

Los músicos recitaban en una lengua extraña y bella y animaban a los presentes a participar de sus cánticos aplaudiendo y bailando con ellos.

Se acercaba el dia de los Difuntos y se recibía con felicidad y alegría de vivir, la muerte rodeada de vida y enmarañada con sus tentáculos de misterio. El baile era cada vez más alocado y perturbante y Nathifa sentía una mirada incesante que la perseguía…las máscaras ocultan los rostros y nada es lo que parece…los rostros aplaudían agradecidos el final de su actuación y saludaban haciendo una elegante reverencia.

El gentío se agolpaba por algún motivo mientras esperaban alguna cosa con impaciencia…una vieja leyenda celta aseguraba que la noche de Difuntos los músicos debían regalar sus máscaras a los aldeanos, y así se sentirían agradecidos toda la vida…

Nathifa escucha atenta a sus vecinos y sus leyendas…

Sólo una máscara real del pueblo celta sería la que llevaría a la vida eterna al elegido o elegida…

La mirada seguía persiguiendo a Nathifa al final de su actuación y todo cobraba sentido poco a poco…ella parecía ser la elegida para la noche de Difuntos…el extraño actor la seguía en volviendo con la mirada mientras pronunció estas palabras:

“ROINN NA H-ANAMAN´´

La abuela Garibaldi sonrió a Nathifa entre el gentío que abandonaba la plaza. La noche de los muertos errantes era hermosa e inquietante, con tenues rayos anaranjados y estrellas que iban y venían…

Nathifa quería imaginar a su abuelo Garibaldi como una estrella que ahora viajaría hacia la eternidad, un alma que había compartido tantas cosas y todas buenas…

La noche era hermosa y el silencio ya reinaba…crisantemos en el cementerio para el abuelo Garibaldi…compartir las almas…

El poncho de Nathifa pesaba mucho esa noche…la máscara de las almas benditas era ahora su secreto…el cielo esperará.